miércoles, 18 de marzo de 2009

La aldea


La aldea
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, marzo (http://www.cubanet.org/) -Antes de llegar al paradero de guaguas del municipio Playa, a la izquierda de la Quinta avenida, existe un barrio llamado Romerillo. Su cercanía al parque de diversiones La isla del coco (antiguo Coney Island), y de las playas Náutico, La Concha y Ferretero, así como del Palacio de Convenciones, sede permanente de Congresos internacionales y reuniones del más alto nivel político del país, lo convierten en un singular conjunto suburbano.
Antes de 1959 era un barrio donde se levantaban bares, restaurantes, fondas, puestos de fritas y el afamado cinódromo, sitios que atraían a muchos visitantes, sobre todo a turistas, muchos de ellos estrellas de la farándula. Se recuerdan las noches en el bar de El Chori, con el legendario personaje exhibiendo su arsenal de sonidos y ritmos, cautivando de manera definitiva a Marlon Brando, que regresó más de una vez a Cuba para reunirse con él en el bar, beber y deleitarse con el tabaco cubano, tocando la tumbadora con frenesí.
La revolución expropió comercios y tugurios. Con el paso del tiempo los barrios pobres de La Habana crecieron y su pobreza fue mayor. Emigrantes orientales, habaneros de otros repartos que se casaron y necesitaban viviendas, y los naturales de Romerillo que se multiplicaron, extendieron el barrio hasta donde se pudo.
El periodo especial hizo su aporte, La aldea, último núcleo poblacional que se erigió en el espacio que quedaba disponible, entre la avenida Quinta H y la cerca del antiguo aeropuerto militar de Columbia, sede del Estado Mayor del ejército de Batista (ahora Ciudad Libertad), que le puso límites.
La aldea ha derivado en el núcleo distintivo de Romerillo cuando se habla de extrema pobreza, insalubridad y resistencia. Un entramado de calles, callejuelas, pasillos, cientos de casas unas sobre otras sin títulos de propiedad, ni libreta de racionamiento, ni reglas urbanísticas, cobijan a un número indeterminado de familias que crecen sin parar y que andan como laboriosas hormigas inventando todo el día para sobrevivir.
En La aldea el negocio clandestino es lo que impera. Allí se encuentra hasta una caja de muerto cuando alguien la necesita. Las calles están llenas de individuos todo el día, que no trabajan pero especulan a más no poder. Los patrulleros entran pocas veces, sólo en caso extremo. En las cuatro esquinas hay una mesa de dominó en perpetua actividad. Por ser un lugar muy concurrido sirve como fachada excelente para el trasiego de cualquier mercancía. Las calles son de tierra. La música estridente no falta nunca. Suenan varios teléfonos celulares, las pantallas iluminadas parecen un concierto de luciérnagas cuando los asiduos al dominó verifican para quién es la llamada.
Por la cercanía del mar, muchos romerilleros han cruzado en balsas el Estrecho de Florida, se asentaron en los Estados Unidos y atienden a sus familias mediante el envío de remesas. También algunas muchachas se han casado con europeos y vienen de visita. A cada rato un auto con chapa de turista cierra una callejuela, y alguna joven con trenzas artificiales regala dinero a sus antiguos vecinos.
Dentro del sub mundo de la miseria se han levantado viviendas de última generación, con materiales del área capitalista y con tecnología de punta. Cuando se comparan con la generalidad del suburbio, parecen un oasis en medio del desierto.
La aldea es el resultado de un reciclaje social, fruto de este experimento cubano llamado socialismo. Si se realiza una incisión y se penetra su epidermis, encontraremos un barrio que se levantó en el peor momento de la crisis, en un país con tantos problemas, que los habitantes del barrio no tienen otra opción que la lucha interminable por la sobrevivencia. La Habana, a pesar de todo, mantiene su espíritu y la vitalidad de hace 50 años, cuando obligó a Marlon Brando a regresar y tocar la tumbadora hasta el amanecer, como si fuera el hombre más feliz del mundo.

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